La vida da muchas vueltas, pero muchas. Cuándo te enfrentas a una aventura, como la que voy a recordar en las siguientes líneas, sueles hacerlo porque buscas vivir algo distinto, sentir un cambio.
Existen dos tipos de personas: quien lo estudia mucho y decide, y quien como yo, se lanza, y sin pensarlo, abre los ojos en Dakar.
Me noté cada vez más cerca de Senegal desde el primer día que arranqué el proyecto con Oumou. El programa, los trámites, las vacunas, el equipaje… y llegó el día.
Cuando hice transbordo en Lisboa, dónde cogía mi segundo vuelo hacia Dakar. Allí llegó mi primer impacto: la cola estaba llena de Senegaleses con sus trajes, sus dialectos, su diferencia. El mundo empezaba a dar un giro radical y la sensación era muy emocionante.
Una vez allí, me propuse no seguir el programa, no preguntar “que va después” ni “dónde vamos”. Prefería vivir el momento y preguntar “dónde estamos”. Lo cumplí.
Lo que no pude cumplir fue mi idea inicial de hacer muchas fotografías, pues, quedé tan maravillado, que las imágenes no reflejaban lo que veía, lo que sentía.
Tomé fotos, si, pero ganan los recuerdos y las fotografías en mi cabeza. Fotografías acompañadas de anécdotas e historias que Oumou me regalaba en cada parada. Ahí empezaba a enamorarme del país. Cuándo algo te cambia, te sorprende, te descoloca… te engancha.
El viaje tenía una misión, empezar por lo más representativo y acabar conociendo lo más puro, lo más auténtico y real. Empezamos en la capital, dónde los olores, los colores, el caos y el tráfico nos perseguía.
Dejamos la Capital y visitamos Gorée: una de las imprescindibles sin discusión alguna. Gorée huele a paz. El estilo de vida que se respira, su tranquilidad sin coches, la hacen opuesta a Dakar. No hay un color que la defina, pues el mar, la vegetación y sus peculiares fachadas llenan de vida la isla.
El lugar te contagia de alegría, de positivismo, de buena energía. Ya apuntaba maneras la isla, pues en el Ferry que nos conducía hasta ella conocimos a dos mujeres que nos preguntaron interesadas en conocer sobre nuestras vidas.
Luego me di cuenta de que eran vendedoras ambulantes con instinto comercial, pero aún así, fue divertido conocerlas. Increíble también las sensaciones que viví al entrar en la casa de los esclavos, una experiencia muy chocante pero que te hace ser consciente de lo vivido antaño.
Visitamos Joal Fadiouth. Sin palabras. Cruzar el puente, llegar y pisar conchas y escuchar su sonido: maravilloso. El cementerio mixto creado en una pequeña isla dónde solamente accedes por un único puente: espectacular. Intimidad, calma, tranquilidad y mucha paz. Muy curioso el ver que tenían a los cerdos como animales domésticos, estaba todo repleto!
Y llegó el momento de ir al Senegal Oriental. La intensidad era otra, mucho contraste y todo muy puro, muy virgen. Se respira un aire distinto y sientes de manera diferente.
Descubrir la aldea de Bedik fue alucinante. El trayecto a pie con infinita calor hasta llegar fue duro, pero al llegar, todo compensaba. Las cabañas, las miradas, los trajes, todo. Conocimos a Sira, Sira Kanté, una mujer llena de experiencias. Fue una interacción mágica, ver a Oumou presentarse a Sira, y la respuesta espontánea de ella. Mágico.
Para refrescarnos, la misma tarde, fuimos a las Cascadas de Dindéfelo, un cierre perfecto para un día lleno de emociones preciosas (y cansancio corporal). Otro lugar fantástico, oculto en medio de un bosque dónde el verde olía a naturaleza. ¡El baño junto a la cascada fue la terapia y cura perfecta que curó de golpe!
Descubrimos un nuevo orfanato. Oumou presentó su proyecto y, gracias a ella, pude conocer a unas mujeres y unos niños excepcionales. Nos hablaron de sus labor, colaboramos con ellas y jugamos con ellos.
Hicimos una ruta muy completa dónde destaco los trayectos en “set places”, ¡el transporte local por excelencia! Compartir kilómetros con Senegaleses, cruzar Gambia rumbo Pays Bassari, hacer paradas express para comprar plátanos, bolsitas de agua o cacahuetes (espectaculares por cierto): brutal.
No puedo estar mas contento con esta experiencia. Es muy difícil de contar, tienes que vivir-lo para conocerlo de verdad. La gente, la vegetación, la cultura, la tradición… Los baobabs, la cultura pesquera… IN-CRE-Í-BLE.
Conocí a Oumou por casualidad antes de empezar este proyecto y tengo que decir que ya me contagió. Con su luz, me conquistó. Me emocionó. Su sensibilidad y pasión ante la vida me pellizcó. Y, después de vivir su experiencia, puedo afirmar que así es Senegal a tus pies, un reflejo de Oumou.
Senegal me pellizcó en la piel y me desperté de nuevo.