Cuando este año decidí que quería hacer un viaje estaba segura de que no sería un viaje cualquiera. Sentía que necesitaba hacer algo diferente. Así que, con esa premisa dentro de mí, empecé a buscar y cuando vi la oportunidad de tener una experiencia con Oumou fui hacia adelante, sabiendo que eso era lo que buscaba.
Realmente no tenía ni idea de lo que me esperaba, nunca había viajado fuera de Europa ni había pisado el continente africano, pero sabía que ahí es donde yo quería viajar y quería vivirlo bien de cerca.
Conforme leía el programa que Oumou había preparado, sentía como me iba atrapando más y más: la isla de Gorée, pasear por la ciudad de Dakar, ver sus playas, sus islas, bañarme en su Lago Rosa, disfrutar de las preciosas vistas en Sine Saloum, poder sentir el silencio del desierto, pasear con leones… uff.
En este viaje cada día era una nueva aventura. Hay tantos contrastes, vives tantas sensaciones diferentes que no quieres dejar de mirar nada y deseas que todo lo que estás viendo y viviendo quede en la memoria para siempre.
Desde el caos que transmiten algunas zonas de Dakar, con su cantidad de tráfico -cosa que me llamó mucho la atención- sus mercados abarrotados y llenos de colorido y olores, hasta la tranquilidad que sientes en sus islas, paseando por sus calles de pueblos preciosos y cuidados, viendo a sus gentes pescar en sus piraguas o simplemente jugando o haciendo deporte.
Me encantó observar paisajes muy diferentes: la gran ciudad, los poblados con sus chozas, el paisaje árido conforme nos acercábamos al desierto y la gran vegetación de camino a la reserva. Todo siempre con un gran contraste, lo cual lo hace todavía más hermoso.
Una de las cosas más bonitas que viví fue poder colaborar en el orfanato. Una experiencia maravillosa.
El jugar con los niños, sentir felicidad de ver como se acercaban los bebés y se nos iban “echando encima” para que los cogiéramos, los acariciáramos y juntos nos hiciéramos reír. No sé quien era más feliz en esos momentos, si ellos o yo.
A pesar de no conocer el idioma y de no poder tener más conversación con las cuidadoras que allí les atienden, no me sentí para nada desplazada y pude colaborar en algunas de las tareas. Fue muy bonito poder dar de comer a los bebés, llegando algunos a dormirse en mis brazos.
Estar en la ciudad de Dakar en fechas próximas a la gran fiesta del Tabaski lo hizo todavía más peculiar, ya que por todas partes te encontrabas calles en las que paseaban tan tranquilamente los corderos o un gran número de ellos estaban en puestos para ser vendidos.
La sensación al llegar a la isla de Gorée fue de tranquilidad. Se vive con otro ritmo de vida y eso se palpa nada más llegar.
No hay ningún coche, el azul del mar que rodea la isla, su vegetación, su gente con esas telas típicas llenas de color y vida, sus calles y casas cuidadas y pintadas con un colorido que transmite alegría.
Esto choca mucho con la situación que se vivió en la isla años atrás, que todavía puedes llegar a sentir cuando entras en la casa de los esclavos y te cuentan ahí dentro su historia.
Fue muy divertido montar en piragua mientras el guía nos iba contando la historia de Joal. Para mí fue como si se parara el tiempo en ese lugar tan precioso, cada rincón era perfecto para hacer una foto.
Allí podías ver la imagen de familias jugando, charlando bajo la sombra de los árboles, mientras ibas pisando únicamente conchas que recubren todo el suelo.
Bonita, pero muy corta, la experiencia en la isla de Sine Saloum. Me hubiera encantado poder disfrutar mucho más de esa soledad, del paisaje idílico en su playa, de todos los sonidos de aves y del agua del mar, que lo hacían perfecto para ponerte a leer mientras veías atardecer. Se me hizo cortita la estancia allí, pero la disfruté al máximo.
Por otro lado, la gran aventura en Senegal la vivimos con sus animales: el paseo en dromedario y el paseo con los leones.
El paseo en el desierto con el dromedario fue de lo más divertido, tenías la sensación de que te ibas a caer conforme ibas subiendo y bajando las dunas. Cuántas risas y qué bien lo pasamos.
En la reserva de Fathala la experiencia fue espectacular. Yo no sabía qué esperar. Me acuerdo del momento en el que íbamos armados con un palo de madera paseando entre toda la vegetación y de repente leer un letrero en una verja que ponía: “Peligro leones”. El guía abre la puerta y dice: “para dentro”.
Mi cara de sorpresa tendría que ser un poema. Y ahí estaban los dos leones. Qué precioso animal, pero cómo impone y oírlo rugir ahí delante, a tu lado, como que da un poquito de miedo. La hora que estuvimos ahí dentro se pasó volando. Ja, ja, ja.
Lo que sí que tengo clarísimo es que esta experiencia no hubiera sido lo mismo si no hubiera estado acompañada por mis dos compañeras, dos personas maravillosas que este viaje me quiso regalar: Marimar y Oumou. Ellas hicieron que todo tuviera un color especial y que lo pudiéramos disfrutar como lo hicimos.
Qué grandes conversaciones tuvimos, cuántas risas, y qué fácil lo hicieron para que pudiera mostrarme tal y como soy con ellas. Hoy por hoy puedo recordar este viaje con muchísimo cariño.
VIAJAR TAMBIÉN SIGNIFICA VOLVER
Al abandonar el país me sentí feliz por todo lo que había podido vivir. Me sentí contenta conmigo misma porque para mí había sido un reto el viajar a África, a un continente y un país que desconocía totalmente. Y volver con la sensación de que había merecido la pena era todo un regalo.
Vine a España con la certeza de que había acertado en la elección del viaje, pues es un lugar que no deja indiferente y visitarlo te impregna de sus olores, sus colores, su forma de vida, y entre tanta tranquilidad observas con detenimiento la vida y te reafirmas en que hoy más que nunca hay que aprender a respirar cada día y disfrutar de cada momento.
Volví a casa con la sonrisa en la cara y en el alma, con la certeza de que me llevaba dos amigas en mi corazón y que un trocito en mi corazón lo ocupaba Senegal.